un tiempo para cada cosa
En el momento en que escribo estas palabras, los ciudadanos de estos lares habremos acabado de pasar la primera de las campañas electorales que precederán, en los próximos ocho meses, los cuatro tipos de elecciones que se producirán este año, cuyos resultados llevarán sin duda cambios que afectarán muy esencialmente a nuestras vidas, mientras esperamos más que nunca que éstos sean para mejorarlas. Algunos de estos cambios ya se han producido. Simplificando, podríamos decir que una parte del poder ya ha regresado a manos de la izquierda. Una izquierda con un aire más humanista. Y esto es una buena noticia para la Cultura. No cabe duda que, a resultas de la crisis, algunos han aprovechado para intentar anestesiar una parte del cerebro de los ciudadanos y, por tanto, una parte de su alma y también de su cuerpo (si no, ¿por qué tantos artículos en la prensa, sobre todo extranjera, sobre el estrés y las consecuencias psíquicas y físicas de la crisis?). Pero por lo que parece, la esperanza e incluso la desesperanza nos proporcionan una fuerza desconocida para poder todavía exigir, con nuestro voto, mejores condiciones de vida para una mayoría de ciudadanos. Pase lo que pase, lo que es seguro es que en estos ocho meses en los que sufriremos el tránsito del calendario gregoriano al electoral, habrá ruido, mucho ruido: en las casas, en las televisiones, en la calle… Ello coincidirá con la última temporada de nuestro mandato y el inicio de la siguiente, la primera del nuevo encargo de cuatro años que este equipo de dirección ha recibido del Patronat de la Fundació Teatre Lliure. También buena parte de esta temporada 15/16 entra ya totalmente en el año que podremos conmemorar el cuarenta aniversario de la fundación del Lliure. Por tanto, me parece que en estos momentos tan ruidosos ha llegado para nosotros el tiempo del silencio que lleva a la reflexión, a la autocrítica, a echar una mirada serena a nuestro pasado desde 1976 y, especialmente, a estos cuatro últimos años, desde el año 2011, cuando empezó nuestro primer mandato y también lo que todos hemos denominado 'la crisis'.
En estas cuatro temporadas, si queremos resumirlo, podríamos decir que el Lliure ha deseado, más que nunca, intentar avanzarse a los deseos de los espectadores componiendo una programación que dialogara con el ciudadano y con sus inquietudes, acarándole y enfrentándole a sí mismo sin dejar de acompañarle y confortarle en estos tiempos difíciles. Y paralelamente, hemos hecho todo lo posible para convertirnos en una herramienta porosa y elástica para poder caminar al mismo ritmo que la sociedad y sus artistas, y con suficiente agilidad para cambiar su paso cada vez que fuera necesario.
La realidad económica que hemos vivido nos ha llevado a adoptar casi exclusivamente una dinámica de producción (¿quién sino debía hacerlo?) y el público, igual de resistente que nosotros, nos ha seguido y hemos obtenido buenos resultados artísticos y de audiencia que han contribuido, además, a apaciguar en algunos momentos el mal vivir de muchos profesionales y de muy distinta índole. Pero hemos llegado a un techo: en la temporada 14/15 el Lliure habrá ofrecido a los espectadores 526 funciones. Tal vez sea cierto que siempre se puede perseverar en el mismo camino para mejorar. No lo sé. Lo que sé es que un teatro nunca puede parar de crecer porque se detiene. Y un teatro que se detiene muere. Y al hablar de crecer, no hablo de cantidad sino de profundizar en el papel ético y estético que un teatro público debe ejercer en el tejido ciudadano y teatral de nuestra colectividad. La dinámica que hemos utilizado hasta ahora ha sido la propia de una 'economía de guerra', pero esto encierra en sí el peligro de un edificio sin cimientos. Es cierto que el Lliure empieza a tener una raíz lo bastante profunda para mantener el andamiaje en pie, y de este modo se ha hecho evidente en los resultados obtenidos. Pero esto ha sido posible precisamente porque el Lliure se ha vuelto a pensar muchas veces como teatro público, y ahora toca volver a hacerlo una vez más. Así nos lo exigimos.
Durante toda la próxima temporada, deseamos ofrecer, además de la programación y las actividades que la acompañan, una serie de fórums de reflexión teórica y un conjunto de talleres de reflexión práctica que constituyan un gran intercambio entre el Lliure y la sociedad en una variada representatividad de sus componentes, de los que surjan nuevas ideas y vectores para nuestro futuro próximo que puedan redefinir el papel de un teatro público hoy en día, en nuestra sociedad. Dice la Biblia que existe “un tiempo para cada cosa”. Para nosotros, ha llegado el momento de pensar. En colectivo y en futuro.
Lluís Pasqual