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38 años de teatro

El 2 de diciembre de 1976, en un local del barrio de Gràcia alquilado a una cooperativa de consumo (La Lleialtat), un grupo de actores, directores y técnicos abrió las puertas del Teatre Lliure. Desde entonces, la voluntad de entender el teatro como un servicio público partiendo del derecho democrático del ciudadano de acceder indiscriminadamente a la cultura, con una actitud de compromiso ético y estético vinculada al presente y una concepción del teatro como “arte”, es decir, como una “artesanía”, ha transitado los 35 años de historia del Teatre Lliure.

Durante estos años, espectadores y actores de diversas generaciones han crecido, han aprendido a amar el teatro compartiendo juntos un mismo viaje. Un viaje en el que también se acabaron sumando las instituciones, convirtiendo la vocación del Lliure –hacer del teatro un servicio público– en realidad: serlo. Gracias a todas estas personas, el Lliure ha crecido y se ha renovado.

Ha crecido al abrir una nueva sede, grande, bien equipada y moderna en la montaña de Montjuïc, en el antiguo Palau de l’Agricultura, rodeada de verde y de luz. Con una sala en todo polivalente, de gran capacidad y con dotaciones técnicas extraordinarias que la convierten en  única y envidiada en todas partes. Y otra pequeña y próxima en la que vives el teatro de cerca. Con un bar restaurante donde tomar una copa y cenar en la terraza, antes y después de la función. Y también se ha renovado. Ha renovado su antigua sede en Gràcia, manteniendo las dimensiones de proximidad y la calidez que la convierten en especial e inmejorable para el arte del actor.

Para nuestros imprescindibles compañeros de viaje que son los espectadores, hemo diseñado una serie de abonos que desean adaptarse a las diversas necesidades y demandas.

El Lliure quiere ser un teatro que se proyecte hacia el futuro siguiendo la idea de reflejar nuestra imagen como personas y como ciudadanos, rica, compleja, contradictoria, noble, apasionante, atractiva y, en definitiva, nunca aburrida. Un teatro en el que el público constituya cada día una asamblea, en el que seamos capaces de compartir sentimientos de una manera individual y colectiva y, sobre todo, lliure.