Quaranta anys... cast
Cuarenta años...
El tiempo es el gran arquitecto, y su genio modifica la materia, hace crecer a los animales, y los humanos nos puede volver más sabios, si entendemos la sabiduría como aquel conjunto de atributos que nos permiten ser más críticos, más creativos, más sensibles y, en definitiva, mejores. La cultura es aquella herramienta del todo necesaria para que el tiempo, este gran constructor, no sea un fenómeno inútil. Y el teatro es uno de los instrumentos más poderosos de que dispone la cultura.
El Teatre Lliure cumple cuarenta años. Aquellos que lo iniciaron fueron calificados de soñadores, la empresa era una quimera. “Se estrellarán” decía la gente ordenada, “no lo conseguirán” afirmaban. Y lo fue, y ha sido posible. Un proyecto teatral diferente desde el primer espectáculo en el escenario de Gràcia, un teatro sin cotillas, crítico, libre, deslumbrante, creativo. Nada que ver con aquel teatro que copaba la escena comercial. El Lliure era una voz distinta que justo se insinuaba en alguna de aquellas representaciones del llamado teatro independiente. Y muy pronto el público, tal vez distinto, respondió al reto. Entusiasta se acercó a este nuevo espacio, técnicamente limitado pero que la imaginación, el talento y el trabajo de sus artistas convertía en mágico. Y este público modulaba nuestra voz. Todo era posible en el Lliure, y un amplio repertorio aparecía y aparece, estamos en presente, en cada una de las temporadas.
No sé si puedo escribir mucho más del Teatre Lliure. Soy uno más de este público que se mira en su espejo. Y cercano por amistad a alguno de sus creadores, lo he amado desde el primer día como si también fuera mío. Y aunque no sea de buen augurio apropiarse de nada y menos del esfuerzo de los demás, debo decir que sentir como propio lo que sucede en el teatro me preocupa muy poco. La representación es siempre tan poderosa, y a su vez tan efímera, que acaba por no pertenecer nunca a nadie, ni a los propios actores; se escapa de nosotros dejando sólo su huella en el hilo de la memoria, al apagar las luces, en la última función. Y es a través de esta memoria que podría recordar a actrices y a actores en espectáculos redondos, textos que me sorprendieron, aquella dirección diferente que convertía el espectáculo en único, escenografías que eran ya, de por sí, una parte extraordinaria de la representación, la música y la luz… Quiero –en la medida de lo posible– olvidar la memoria, estos cuarenta años no son un final para desempozar recuerdos, son sólo un escalón, un año más de este camino que sigue.
El Teatre Lliure pasó de la calle Montseny a Montjuïc, pero no abandonó el barrio de Gràcia, era su cuna. Y el abanico se hizo más amplio, más arriesgado. Nada desconocido. Pero crecer, hacer-se mayor, tiene sus servidumbres. Y nuevos retos son necesarios para no empeñar el futuro. Puestos a mirar el horizonte, me gustaría atreverme a apuntar alguno.
Un teatro es un lugar donde todo puede ocurrir. Y para que esta premisa se cumpla, el teatro debe ser libre, sin ataduras, ni económicas ni políticas. El espectáculo nos lleva a aquella frontera que tal vez sólo intuíamos. De la mano de la imaginación, de la fantasía, del sueño. La percepción de la realidad, sea cual sea, el teatro la convierte en fa verosímil, posible, y es este proceso la esencia de cualquier espectáculo. El Teatre Lliure es una Fundación para un teatro público, con voluntad de servicio, sin querer otro beneficio que el propio del debate que se lleva a escena. Debe ser así, y debemos estar alerta ante cualquier tentación que, llevados por el ahogo económico o los cantos de sirena de los más poderosos, pudiera llegarnos. Ser libres, esta fue la gran conquista, y no la podemos derrochar ni perder en los próximos cuarenta años, mejor dicho, debemos ser más fuertes aún en la independencia de criterio. Sólo los artistas, los creadores, tienen la palabra en el teatro, ellos son y deben de ser libres.
El teatro es un oficio. Un viejo oficio, con una tradición y una larga historia, que necesita las nuevas generaciones para ser diferente, sin perder aquellas características que lo han llevado a ser relevante en la cultura de los pueblos antiguos y modernos hasta el siglo xxi. El Teatre Lliure debe captar talento, gente joven que ha elegido este oficio, que desea sentir le emoción de la escena, transformarse en aquel personaje distinto, dar vida a un espectáculo diferente, ser también protagonista de un nuevo teatro. El Teatre Lliure ha montado una compañía joven, propia. Es un inicio, pero esta iniciativa debe crecer, no puede quedar sólo como un embrión, el abecé de lo que desearíamos que fuera, un sueño de futuro de los que aman la cultura y el teatro. Que los actores y actrices noveles, los jóvenes directores, los escenógrafos, todos los trabajadores de un teatro vean en el Lliure un espacio que les ayuda a crecer, a hacerse mayores, a mostrarse en el aparador que es la escena. Una compañía propia, estable, joven o menos joven, necesita unos recursos que debemos encontrar. Por eso, si se me permite, los que disponen de recursos deberían entender que dar apoyo a una compañía joven en el Teatre Lliure es construir un país mejor y dar un servicio al conjunto de la sociedad. Porque no hay nada más internacional que el teatro, horizonte lejano, telaraña que aporta lo mejor del pensamiento humano. ¿O tal vez alguien tiene aún reparo en dar generoso apoyo a una voz libre en un ágora independiente? ¿No es cierto que la libertad y el espíritu más crítico es lo que nos ha hecho avanzar como humanos? No tengo ninguna duda al respecto.
Estas actrices y actores, y los que les sucedan, serán deudores también de un nuevo público. El Teatre Lliure ha apostado –en los últimos años– por los espectáculos para los más pequeños, para aquellos que, libres de prejuicios, abren sus ojos a nuestro mundo. Debemos apostar por este público, un público propio, que también construya este nuevo teatro. Esto significa recursos, es verdad, pero también prioridades, generosidad, voluntad no sólo del teatro sino de la propia ciudad, de este país. El teatro se mama de niños, y el buen teatro no debe ser una excepción.
El Teatre Lliure se hace en un espacio que reúne las condiciones adecuadas para hacer posible cualquier montaje teatral. El tiempo permite que los humanos crezcan, pero erosiona la materia, las máquinas, las estructuras. Sabemos que este edificio envejece, que necesita otra mano de pintura, remendar el ascensor que rezonga, arreglar otra vez esa vieja cocina. El teatro tiene una maquinaria compleja, que no sólo envejece sino que evoluciona. No hacemos milagros, ni tenemos un as en la manga. Pero debemos hacer un esfuerzo para impulsar unas herramientas, unas estructuras adecuadas para los próximos cuarenta años, no sólo de puertas adentro –es obligado– sino también hacia fuera, abriendo el Teatre Lliure al barrio: los que están más cerca de nosotros son nuestros vecinos. Y hacer que aquellos que llegan de fuera, de otro paraje, puedan llegar a los espectáculos en transporte público. Nuestro transporte público no sólo debe llegar a la puerta de hospitales, aeropuertos, universidades, escuelas, sino también a nuestro teatro, y al Lliure de Montjuïc, es cierto, no es fácil llegar. No es una carta a los reyes magos, es una obligación que tenemos para con nuestros espectadores y artistas.
He citado algún reto. Hay más, seguro. Mi mirada es parcial. Estoy en el Patronato del Teatre Lliure para escuchar, más que para decir nada, para ayudar si es preciso a hacer fácil este camino. Debo haber aprendido esta lección de aquellos maestros que tuve cerca en algunos momentos, a lo largo de estos cuarenta años, del admirado Fabià Puigserver, de mi querido Lluís Pasqual, cercano a mí desde los años más tiernos, de mi añorada Anna Lizaran y de tantos otros. Son sólo tres nombres en un gran universo. Tengo el placer de estar cercano a esta celebración, a la apertura de una nueva temporada. Más prometedora si cabe. Qué placer para mí, un privilegio.
Ramon Gomis
presidente del Patronat de la Fundació Teatre Lliure – Teatre Públic de Barcelona